¿Cómo nos condiciona el inconsciente?
Cualquier cosa que plantemos en nuestro inconsciente y que nutramos con repetición y emoción, un día se tornará una realidad.

Earl Nightingale
18
Junio, 2018

 

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3 minutos de lectura

¿Cómo funciona el inconsciente?

El cerebro procesa millones de datos sin que nosotros lleguemos a darnos cuenta. De hecho, la información que detectamos de manera consciente apenas representa un 10% del cómputo total que llegamos a procesar. En cualquier situación cotidiana, nuestro cerebro recibe millones de inputs cargados con información ambiental: los sonidos del entorno, los edificios que nos rodean, las personas que nos cruzamos, las conversaciones ajenas… Suceden tantísimas cosas en todo momento que resultaría imposible tratar de abarcarlas al mismo tiempo. Por eso nuestro cerebro discrimina los estímulos primordiales basándose en el foco de nuestra atención: si estamos junto a un amigo que nos explica una historia, la consciencia omitirá todos los elementos circunstanciales para poder escuchar y procesar adecuadamente lo que nuestro compañero nos está contando. Pero ¿qué sucede con todos esos inputs que descartamos? ¿Se pierden sin más? Nada más lejos de la realidad. Nuestro cerebro procesa esa información “secundaria” a un nivel inconsciente, provocándonos impresiones y sentimientos que nos condicionan sin que nos demos cuenta. Pongamos un ejemplo: cuando conocemos a alguien, nuestra consciencia se centra en lo que estamos oyendo y diciendo, pero entretanto nuestro inconsciente procesa los gestos, las miradas, las expresiones, los cambios en el tono de voz y cualquier otra acción circunstancial que manifieste nuestro interlocutor. Además, durante el trabajo que realiza al detectar y sopesar estos datos, nuestro inconsciente se ocupa de relacionarlos con el pasado. Cuando apenas llevamos cinco minutos hablando con una persona, la información consciente de qué disponemos sobre ella es muy poca; pero en ese rato nuestro cerebro ya ha establecido cientos de conexiones a un nivel inconsciente, determinando si nos resulta cercana o distante, atractiva o desagradable, fiable o peligrosa.

Siluetas del inconsciente, de Jeremiah Morris

¿Cómo nos condiciona?

La información consciente es difícil de gestionar: tenemos que poner toda nuestra atención para poder capturarla, y aún tendremos que esforzarnos más cuando queramos recuperarla. La información inconsciente, por el contrario, es sútil y rápida: repta por debajo de nuestra atención sin que nos demos cuenta, sembrando sus ideas en los rincones más remotos de nuestro pensamiento. Las consecuencias de este fenómeno son inabarcables: aunque tengamos miles de argumentos racionales para justificar nuestras ideas, la mayoría de nuestras opiniones dependen de impresiones que ni siquiera hemos detectado. Resulta muy útil recurrir a la publicidad para ilustrar este fenómeno. Al promocionar las características de un artículo, la apariencia resulta mucho más importante que su utilidad. Por eso tan a menudo las marcas recurren a estrellas de cine o futbolistas famosos: para que asociemos la afinidad que sentimos por ellos al producto que nos están vendiendo. En lugar de saturar nuestra conciencia con información perecedera, utilizan reclamos superficiales que se quedan ineludiblemente grabados en nuestro inconsciente.

Suceden tantísimas cosas en todo momento que resultaría imposible tratar de abarcarlas al mismo tiempo. Por eso nuestro cerebro discrimina los estímulos primordiales
Pero el inconsciente no se limita a atesorar ideas para que sintamos mayor predilección por una u otra marca; también construye opiniones complejas a partir de la información que interpreta. Siguiendo con el ejemplo anterior podemos preguntarnos: ¿qué impacto tienen los reclamos que utiliza la publicidad sobre nuestras ideas? Observemos el tipo de sociedad que se nos presenta: la mayoría de los anuncios cosifican a las mujeres, exhibiéndolas como si fueran el propio objeto con el que se comercia; los hombres, en cambio, acostumbran a aparecer conduciendo coches caros o llevando relojes de lujo, pero nunca fregando el suelo o promocionando un detergente. Estas imágenes estereotipadas también penetran en nuestra mente, sembrando opiniones complejas sobre los roles de género, el éxito, el atractivo y otros muchos aspectos de la vida –sin que nunca hayamos llegado a percibirlas.
Es cierto que cualquier adulto sabría discernir entre un anuncio y la realidad, pero esta diferencia es sutil y llega con la edad. El pensamiento crítico se cultiva durante la madurez, mientras que la publicidad nos acompaña desde nuestra más tierna infancia. Un niño recibe una media de 3.000 impactos publicitarios cada día en la televisión, en la calle, en el autobús, en Internet. Mucho antes de que tengamos la edad para construir una opinión sólida sobre cualquier cosa, en nuestro inconsciente ya están germinando millones de juicios sobre el funcionamiento del mundo y la sociedad. Partiendo de esta perspectiva, ¿cuántas de nuestras ideas podemos decir que son nuestras?

Eric Álvarez

Soy Psicólogo, especialista en Psicopatología Clínica. Me considero un apasionado del ser humano que ha dedicado la mayor parte de su vida adulta a investigar el comportamiento de las personas, aunque ha sido especialmente a través de mis propios conflictos que he podido llegar a entender los de los demás. Como me encanta escribir y explicar, desde hace algún tiempo intento difundir todo lo que  aprendo a través de artículos que resulten amenos y accesibles.

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