El arte de engañarse a uno mismo

La más letal de todas las formas de engaño es el autoengaño, y de todas las personas engañadas, las autoengañadas son las que tienen menos probabilidades de descubrir el fraude.

Aiden Wilson

09

Julio, 2018

 

 

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5 minutos de lectura

Todo el mundo se equivoca… Menos yo

Asistimos a una realidad paradójica: todos somos perfectamente capaces de señalar los defectos ajenos, pero nos resulta tremendamente difícil reconocer los nuestros. Después de tratar con una persona durante algún tiempo, cualquiera puede percibir si es envidiosa, posesiva, egoísta o soberbia. Pero cuando estos defectos nos atañen a nosotros mismos, nos resulta complicadísimo reconocerlos, como si una poderosa fuerza nos cegase a ellos.

Nuestras cualidades, positivas o negativas, saltan a la vista porque se delatan a través de comportamientos cotidianos que realizamos sin darnos cuenta. La simpatía y la amabilidad se reflejan en la sonrisa y el ánimo con los que afrontamos cualquier acontecimiento; del mismo modo, la frustración y la rabia se hacen evidentes en el desdén de cada mirada, en el trazo de cada gesto. Quizá podamos enmascarar estos defectos delante de un desconocido, pero inevitablemente terminarán salpicando a las personas que más se nos acerquen, como nuestras parejas y nuestros amigos.

El problema es que los primeros engañados somos nosotros mismos. Nuestro cerebro nos da la razón por defecto, de modo que solemos pensar que lo hacemos todo bien –y cuando hacemos algo mal, es porque somos víctimas del sistema o de los abusos de los demás. No comenzamos a percibir nuestros problemas hasta habernos tropezado innumerables veces con la misma piedra. Las primeras pistas que recibimos sobre nuestros propios errores nos las suele dar la gente que mejor nos conoce: «¡sólo sabes mirar por ti mismo!», «¿cómo puedes ser tan despistado?», «¡siempre llegas tarde!», «¡no me hables con tanta prepotencia!». A pesar de todo, nuestra respuesta natural es negar estas acusaciones, justificándolas, minimizándolas o racionalizándolas. Un hombre que desconfía de todo el mundo, se dice a sí mismo que sólo es precavido; el que es incapaz de comprometerse, se justifica repitiéndose que es muy independiente; el que está lleno de rabia y agrede constantemente, afirma que son los demás quienes le atacan y él quien se defiende. Sea cual sea el caso, nuestros defectos parecen pasarnos por alto. Quizá los veamos parcialmente, pero nunca los aceptamos.

Fotografía de Jack Davison

¿Por qué no reconocemos nuestros defectos?

Para responder a esta pregunta tratemos de observarnos a nosotros mismos –ya no de una manera introspectiva, sino enteramente superficial: ¿qué vemos? Desde el ángulo de nuestra perspectiva, primero asoma el contorno de nuestra nariz; a cierta distancia encontramos nuestras manos y nuestros brazos, y sólo si inclinamos la cabeza algunos grados nos toparemos con el resto de nuestro cuerpo. Cualquier persona que hable con nosotros, en cambio, tiene acceso a una imagen mucho más completa: puede ver nuestra cara y nuestro cuerpo en movimiento, la vivacidad de nuestras expresiones, el frenesí de nuestros gestos. Nosotros, en cambio, no podemos: estamos obligados a vernos desde adentro, escuchando una versión distorsionada de nuestra voz e imaginando el aspecto que deben tener nuestros movimientos. Ésta es la razón por la que normalmente nos desconcierta tanto vernos grabados en vídeo. Acostumbrados a la imagen mental que tenemos de nosotros mismos, nos horroriza descubrir que la realidad no se ajusta a nuestras expectativas: «¡¿ése soy yo?! ¿De verdad es así como me ven los demás?».

Esta analogía puede ayudarnos a entender por qué somos tan poco objetivos al describir nuestra personalidad. De manera idéntica, nuestros comportamientos y actitudes resuenan de un modo distinto desde el ángulo de nuestra cabeza: nos da la impresión de que estamos siendo generosos cuando sólo tratamos de ser reconocidos; creemos ser altruistas cuando en realidad sólo miramos por nosotros mismos; nos compadecemos por ser las víctimas, aunque hayamos atacado primero; nos vanagloriamos por tener una mente abierta, pero sólo escuchamos lo que nos interesa.

Tothom es creu especial, de Ibai Acevedo

Nuestro mejor Yo

Como sólo alcanzamos a vernos parcialmente, estamos obligados a imaginar cómo somosconstruyendo un ego acorde a lo que pensamos de nosotros. Por eso utilizamos etiquetas que nos resultan atractivas para proyectar una imagen interesante ante los demás. Pero más allá de las actitudes que imaginamos y pretendemos, existen muchas otras que no vemos: la arrogancia, la rabia, la pereza, el miedo. Nuestro ego niega todas esas taras porque no encajan con la imagen mental que tenemos sobre quiénes somos. Para poder mantener la credibilidad de nuestro personaje, necesitamos pensar que lo estamos haciendo bien; que, de un modo u otro, somos la mejor versión de nosotros mismos.

Del mismo modo que para conocernos físicamente necesitamos vernos reflejados en un espejo, para descubrirnos emocionalmente necesitamos vernos reflejados en los demás. Nuestra única manera de averiguar cómo somos realmente es conectando con otras personas y construyendo relaciones que nos enfrenten a nuestras virtudes y nuestros defectos. El problema es que cuando alguien nos echa en cara algo que hacemos mal, generalmente nos negamos a aceptarlo. Su crítica está atentando contra la solidez de nuestro ego, por lo que rápidamente intervienen nuestras defensas para poner remedio: «¡yo no soy así! ¡tú eres mucho peor!». Aceptar que una crítica es cierta supondría tener que replantearnos cómo somos, cómo enfrentamos nuestras emociones, cómo nos relacionamos con los demás. Pero eso sería demasiado trabajo. Resulta mucho más fácil negar la realidad.

Aceptar que una crítica es cierta supondría tener que replantearnos cómo somos, cómo enfrentamos nuestras emociones, cómo nos relacionamos con los demás. Resulta mucho más fácil negar la realidad

¿Cómo podemos conocernos a nosotros mismos?

Conocerse a uno mismo es un trabajo vital, puesto que somos seres dinámicos que nunca dejan de cambiar. Los sentimientos que nos definen evolucionan constantemente… Pero tardamos en darnos cuenta, porque nos evadimos todo el tiempo. Ahí van algunos consejos para sortear los muros de nuestras defensas y alcanzar a vislumbrar cómo somos en realidad.

· Estate atento: proyectas tus problemas en las demás personas todo el tiempo. Cuando alguien se comporta de un modo que te resulta muy irritante, normalmente es porque tú mismo eres o has sido así. Aunque parezca paradójico, no hay nada tan molesto como ver a otra persona teniendo una actitud negativa… que nos pertenece. Con los enormes esfuerzos que tenemos que hacer para reprimir nuestra prepotencia, nuestra pereza o nuestro miedo, ¿cómo vamos a tolerar que otra persona vaya por ahí exhibiéndolos?
· Pregúntale a un amigo de confianza: ¿cómo crees que soy? Prométele que le escucharás sin interrumpirle, y que no le responderás ni te defenderás de sus reproches de ningún modo. Recuerda lo que te ha dicho, espera a que amaine la tormenta emocional y reflexiona sobre lo que has escuchado cuando estés en soledad.
· Medita. O haz Mindfullnes. O párate un momento y siente. Porque eso es precisamente lo que eres: tus emociones en presente. Aunque los demás puedan darnos las pistas para conocernos, nosotros somos los únicos que tienen todas las piezas para desentrañar el misterio. Pero eso exige paciencia y tiempo. Para los seres humanos, atrapados en un pensamiento que nos empuja de los planes futuros a los recuerdos pasados, vivir en el presente es un ejercicio que lleva años.
· Haz terapia. Si los psicólogos vamos al psicólogo, es por algo. Nuestros seres queridos son de muchísima ayuda, pero ocupan roles específicos en nuestra vida: tenemos comportamientos inconscientes muy estudiados hacia ellos, por lo que hay un límite en lo que pueden enseñarnos. Sólo a la luz de un observador imparcial podemos ver los matices de nuestro reflejo.
· Construye relaciones y trabaja en ellas. Esfuérzate por querer y respetar a las personas que te rodean, aunque para ello tengas pelearte con ellas. Cualquier forma de contacto social nos enseña cómo somos todo el tiempo: es a través de los demás que nos reconocemos.

Eric Álvarez

Soy Psicólogo, especialista en Psicopatología Clínica. Me considero un apasionado del ser humano que ha dedicado la mayor parte de su vida adulta a investigar el comportamiento de las personas, aunque ha sido especialmente a través de mis propios conflictos que he podido llegar a entender los de los demás. Como me encanta escribir y explicar, desde hace algún tiempo intento difundir todo lo que  aprendo a través de artículos que resulten amenos y accesibles.

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