Nuestra falsa personalidad

Las hazañas que la sociedad recompensa son ganadas al precio de disminuir nuestra personalidad.

Carl Jung

19

Julio, 2018

 

 

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5 minutos de lectura

No tienes personalidad

Parece una acusación muy dura, pero tiene su razón de ser. Paradójicamente, si crees que tienes una personalidad sólida, quizá sería más acertado decir que tu personalidad te tiene a ti (igual que la mía me tiene a mí). Aunque todos estemos muy orgullosos de ser como somos, nuestra personalidad es fruto del puro azar, y está principalmente determinada por la influencia de nuestros padres y nuestro entorno inmediato. Se trata de una manera de actuar rígida, cíclica y compulsiva, que construimos sin darnos cuenta y mantenemos sin saber por qué. Pese a todo, nos identificamos con esa personalidad y la justificamos diciendo “yo soy así”.

Ahora no estamos hablando del temperamento –por supuesto, hay algunos rasgos genéticos que vienen con el equipaje de cada uno. Hablamos de la personalidad: el conjunto de atributos que dan forma a nuestra manera de ser y que consideramos “nuestro carácter”. Es lo primero que vemos en cualquier persona: su coraza externa, su manera de expresarse y relacionarse con los demás. Y es evidente que, salvando las diferencias, todos exhibimos una u otra personalidad: hay personas que son reflexivas y distantes; las hay que son habladoras y carismáticas; otras que son intensas y sentimentales. ¿Pero de qué dependen todas esas diferencias? ¿Elegimos nuestra manera de ser, o más bien nos obligan a ser de una cierta manera?

El corte, de Dara Scully

¿Cómo se forma la personalidad?

Los niños son seres muy auténticos. No tienen problema en expresar lo que sienten en todo momento: poco les importa ser descorteses o maleducados con los demás. Cuando tienen una necesidad, buscan la manera de satisfacerla sin preocuparse por lo que nadie pueda pensar. Pero esta actitud tan espontánea y sincera ante la vida rápidamente se topa con las limitaciones que supone formar parte de nuestra sociedad: hay muchas cosas que no se deben hacer, decir ni pensar; hay circunstancias que no se pueden cuestionar y situaciones injustas que se deben acatar.

En un mundo tan complejo como el nuestro, comportarse de manera auténtica y espontánea es muy difícil. Por esta razón, los niños se ven obligados a reprimir sus impulsos naturales todo el tiempo. Eventualmente aprenden que no pueden hacer lo que ellos desean, sino lo que los demás esperan, por lo que dejan de escucharse a sí mismos y se obligan a actuar como todo el mundo les pide que hagan. Ésta es la base del ejercicio de socialización: un proceso de frustraciones continuas en el que, para encajar en el entorno en el que vivimos, desatendemos nuestras necesidades y cedemos a las de los demás. Este distanciamiento de nosotros mismos es el que cimentará la base de nuestra personalidad.

Los niños se ven obligados a reprimir sus impulsos naturales todo el tiempo. Eventualmente aprenden que no pueden hacer lo que ellos desean, sino lo que los demás esperan

¿De qué depende la formación de la personalidad?

Al sentirnos condicionados por las expectativas de nuestros padres, nuestros amigos y nuestro entorno inmediato, las personas desarrollamos un carácter u otro buscando la manera de complacer a los demás. Esto se debe a que nunca nos sentimos valorados por ser como somos realmente, sino por lo que podríamos llegar a ser. Si nuestros padres son muy críticos y coercitivos, pero nos halagan cuando destacamos y sacamos buenas notas, pondremos todo nuestro esfuerzo (y toda nuestra autoestima) en sacar buenas notas y llegar a ser “los mejores” (hasta hacer de ello una obsesión). Por el contrario, si nuestros padres están siempre muy ocupados, y hagamos lo que hagamos, nunca nos prestan demasiada atención, nos obligaremos a anestesiar nuestra necesidad de afecto, adoptando una actitud conformista ante la vida y reemplazando la búsqueda de amor mediante sustitutivos placenteros (como las drogas, los libros o los videojuegos).

Cualquiera que sea el caso, la personalidad se construye a partir de un mismo principio básico: la evitación del dolor. Hay muchas situaciones que los niños no están preparados para afrontar –experiencias dolorosas o traumáticas que les hacen sentir frustrados o rechazados. Con el propósito de evitar estos sentimientos, los niños elaboran mecanismos de defensa infantiles para evitar que una situación se repita de nuevo. Estos mecanismos de defensa son básicamente actitudes y comportamientos que, si funcionan (si se adaptan a las necesidades del medio), el niño continuará repitiendo hasta que cristalicen en un determinado rasgo de su personalidad. Podemos entender la lógica de este proceso mediante los dos siguientes ejemplos:

[Situación emocionalmente traumática]
La madre tiene cambios de temperamento constantes e impredecibles

[Mecanismo de defensa]
El niño lee el rostro y los gestos de la madre para anticipar cómo se encuentra y evitar el conflicto

[Rasgo de personalidad]
Con los años desarrolla una actitud analítica y observadora, pero también paranoica y miedosa

* * *

[Situación emocionalmente traumática]
El padre se impone sobre la madre y los hijos mediante la fuerza y la violencia

[Mecanismo de defensa]
El niño se obliga a parecer fuerte para protegerse de los abusos del padre

[Rasgo de personalidad]
Con los años desarrolla una actitud autoritaria y protectora, pero también violenta y provocativa

Fotografía de Jack Davison
Los tipos de personalidad

Como adultos, nuestra personalidad nos acompaña desde hace tantos años que la hemos perfeccionado… Pero básicamente sigue siendo la misma que era cuando comenzamos a elaborarla con apenas cinco o seis años. Por más que maduremos, nos adaptemos y nos tranquilicemos, las personas seguimos comportándonos de un modo parecido durante toda nuestra vida: tanto el perfeccionista obsesivo, como el entusiasta excesivo, como el callado, distante y reflexivo.

Partiendo de esta base, ¿cuántas personalidades crees que hay? Seguro que has notado que hay mucha gente que se parece entre sí. Dejando a un lado el impacto de las influencias astrales, hay una cosa en la que todos somos iguales: nuestras emociones. Las diferencias entre las personas dependen de cómo aprendamos a manejarlas.

Para que puedas figurarte hasta qué punto somos poco originales, el Eneagrama de la Personalidad –una de las teorías más precisas sobre psicopatología del carácter– postula que sólo existen nueve personalidades o maneras de ser… Pero esto ya es pasto de otro artículo.

Nuestra sobreestimada identidad

En síntesis: nuestro carácter es el resultado inevitable de las circunstancias en las que hemos crecido. No lo hemos escogido, sino que es la consecuencia lógica de lo que nos han dado y lo que nos han prohibido: una especie de teatrillo que hemos improvisado para contentar a todo el mundo y no sentirnos desplazados. Dependiendo de los padres y la familia que nos haya tocado, afrontaremos la vida con unas actitudes u otras, desarrollando un carácter más entusiasta, más dubitativo, más generoso o más territorial. La paradoja es que, aunque sólo actuamos de este modo porque la sociedad no nos ha permitido expresarnos como realmente somos, eventualmente nos identificamos con esa personalidad. Comenzamos a considerarla “nuestra”, como una prenda que hubiésemos hilado cuidadosamente durante años, tejiéndola a nuestra medida… Aunque en realidad seamos nosotros quienes han tenido que estrujarse para encajar en ella.

Eric Álvarez

Soy Psicólogo, especialista en Psicopatología Clínica. Me considero un apasionado del ser humano que ha dedicado la mayor parte de su vida adulta a investigar el comportamiento de las personas, aunque ha sido especialmente a través de mis propios conflictos que he podido llegar a entender los de los demás. Como me encanta escribir y explicar, desde hace algún tiempo intento difundir todo lo que  aprendo a través de artículos que resulten amenos y accesibles.

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